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Caciques, nitaínos y naborías: un viaje al corazón de la sociedad taína

Públicado en: Oct 31, 2025



Así vivían y se organizaban los habitantes originales de La Española antes de la llegada de los europeos

Hace aproximadamente nueve siglos, en lo que hoy conocemos como la República Dominicana y Haití, surgió una sociedad que alcanzó un notable desarrollo cultural y social: los taínos.

Tal como señala el historiador y empresario Manuel A. García Arévalo en el libro Taínos, arte y sociedad (publicado por el Banco Popular Dominicano para el Centro Cultural Taíno Casa del Cordón), esta cultura se originó alrededor del siglo XII d.C., como resultado de un proceso de adaptación y evolución de grupos anteriores que habitaban la región.

Los taínos no solo desarrollaron sistemas agrícolas sofisticados complementados con caza, pesca y recolección de frutos y raíces silvestres, sino que también produjeron una impresionante variedad de objetos artísticos vinculados a sus creencias religiosas.

Sus rituales en torno a los cemíes o divinidades, y la riqueza de su artesanía, quedaron registrados por los cronistas europeos que llegaron a las islas, permitiéndonos hoy conocer la vida cotidiana y ceremonial de este pueblo.

La familia y la vida cotidiana

La familia era la unidad básica de la sociedad taína. Para la mayoría de la población, esta se organizaba bajo un modelo monógamo. Sin embargo, los caciques y los nitaínos podían practicar la poligamia, manteniendo varias esposas, de las cuales una era siempre la principal.

Las crónicas señalan que Bohechío, cacique de Jaragua, llegó a tener hasta treinta esposas. Esta práctica, lejos de ser un mero capricho, respondía a la necesidad de establecer alianzas estratégicas entre distintos grupos tribales, consolidando el poder del cacique.

El matrimonio taíno era exogámico: se celebraba entre personas de diferentes clanes familiares, y el esposo debía comprometerse con la familia de la esposa mediante el trabajo o la entrega de presentes, entre ellos las sartas o cuentas de collares de roca marmórea llamadas cibas. El incumplimiento de estos acuerdos podía derivar en conflictos entre clanes.

Aunque no se trataba de una sociedad de clases en el sentido estricto, los taínos tenían una jerarquía clara y bien definida, estructurada en torno a un cacicazgo, el cual agrupaba varias aldeas o yucayeques.

El cacique: eje político y social

El cacique era la máxima autoridad de las aldeas y, en muchos sentidos, el corazón de la comunidad. Su posición podía heredarse de forma matrilineal o adquirirse a través de proezas extraordinarias.

Según el primer cronista de las Indias, Mártir de Anglería, la sucesión se daba preferentemente al primogénito de la hermana mayor, asegurando que el poder permaneciera dentro del linaje de sangre.

El cacique dirigía la distribución de tareas productivas entre los miembros de su comunidad, supervisando la agricultura, la caza y la pesca. La propiedad era comunal, pero el control sobre los bienes y alimentos recaía en él.

Como lo describe Anglería: “Cada reyezuelo tiene repartidos sus súbditos y dedicados unos a la caza, otros a la pesca y otros a la agricultura”.

Las cosechas se almacenaban en los graneros del caney —la casa del cacique— y se distribuían proporcionalmente entre las familias. Por eso, el cacique funcionaba como un administrador y distribuidor, comparable al monarca de una colmena, según los cronistas.

Los caciques también supervisaban los aspectos religiosos y ceremoniales, oficiando rituales como el de la cohoba y cuidando los cemíes, consolidando así su autoridad espiritual y social.

Cuando se ausentaban de la aldea, eran transportados en literas de madera y paja, acompañados por sus hijos y un cortejo de seguidores. La alimentación de los caciques también recibía un trato especial, incluyendo la elaboración de un casabe más fino llamado xavxao, reservado solo para ellos.

Símbolos de poder y jerarquía

El poder del cacique se manifestaba a través de su indumentaria y objetos ceremoniales. Lucían placas discoidales de concha o hueso, adornadas con láminas de guanin, un oro de baja ley apreciado por los taínos.

Sus cinturones trenzados de algodón, decorados con cuentas de concha y pedrería, a menudo incluían caras de ancestros o discos de oro. Bonetes de algodón, a veces recubiertos de oro o decorados con piedras y conchas, completaban su atuendo ceremonial.

Entre los objetos arqueológicos hallados en asentamientos taínos destacan hachas monolíticas y dagas líticas con relieves antropomorfos o zoomorfos. Estos objetos tenían un significado ritual y ceremonial, simbolizando el poder del portador.

A diferencia de otras culturas mesoamericanas, no hay evidencia de que los taínos practicaran sacrificios humanos; más bien, estos objetos reflejaban estatus, espiritualidad y conexión con los ancestros.

Los cacicazgos: territorios y jerarquías

Un cacicazgo estaba compuesto por varias aldeas gobernadas por un cacique principal, con un grupo de caciques subordinados. Bartolomé de las Casas describe cinco grandes cacicazgos en la isla de La Española:

  • Marién, al noroeste, bajo Guacanagarí.
  • Maguá, en el valle de la Vega Real, con Guarionex.
  • Jaragua, en el oeste, con Bohechío y luego Anacaona.
  • Maguana, al sur de la Cordillera Central, liderado por Caonabo.
  • Higüey, en el extremo sureste, gobernado por Higuánamá y luego Cotubanamá.

Además, la península de Samaná estaba habitada por los ciguayos, dirigidos por Mayobanex.

Los grandes caciques podían tener bajo su mando decenas de miles de naborías y extender su influencia sobre amplias regiones, consolidando alianzas y control territorial.

Las rivalidades entre cacicazgos, llamadas guazábaras, surgían por disputas de territorio, incumplimiento de pactos matrimoniales o venganzas históricas. Los españoles aprovecharon estas tensiones en sus campañas de conquista.

Nitaínos y naborías: los pilares de la comunidad

Por debajo del cacique se encontraban los nitaínos, hombres y mujeres de elevada jerarquía que ayudaban a supervisar la comunidad, administraban las aldeas y tenían autoridad sobre los jefes de clanes menores.

Las crónicas mencionan que Bohechío y Anacaona recibieron a Bartolomé Colón acompañados por treinta y dos nitaínos, mostrando la importancia de estos líderes secundarios.

Los naborías, en cambio, ocupaban la base de la pirámide social. Aunque no eran esclavos, estaban obligados a trabajar para los caciques, realizando las tareas más duras como la fabricación de canoas, la tala y quema de bosques para agricultura, la caza y la pesca.

Podían ser parientes lejanos de clanes de mayor jerarquía o miembros de otras tribus con menor estatus cultural, como los ciboneyes y guanahatabeyes.

Mujeres y participación social

Las mujeres taínas desempeñaban roles fundamentales: cuidaban a los niños, cultivaban y recolectaban alimentos, elaboraban casabe, cerámica, tejidos y objetos de cestería.

Pero su influencia no se limitaba al ámbito doméstico: podían participar en la política y los rituales, incluso llegar al rango de cacicas, como Anacaona, hermana de Bohechío, quien asumió el liderazgo de Jaragua tras su muerte.

También eran activas en los areítos (ceremonias danzadas), en los juegos de pelota y en prácticas bélicas, como nadar y lanzar flechas desde el agua, según testimonios de Las Casas.

La sociedad taína, entre jerarquía y comunidad

La sociedad taína fue jerarquizada, pero sus diferencias eran funcionales más que económicas. Su estructura se apoyaba en la familia, la aldea y el cacicazgo, donde cada miembro cumplía un rol definido.

Los caciques lideraban política, economía y religión; los nitaínos asistían en la administración y supervisión; los naborías trabajaban para sostener la comunidad; y las mujeres ejercían un papel central tanto en lo cotidiano como en lo ceremonial.

La organización de los taínos revela una sociedad compleja, cohesionada y culturalmente rica, capaz de mantener la producción alimentaria y la armonía social en un ecosistema insular.

Sus estructuras políticas, rituales y arte nos ofrecen una ventana invaluable para comprender el legado patrimonial de los primeros habitantes de La Española.


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